No quiero ser salvada (selección)

Ilustración de Pepe Retana

Tengo en mis manos el folleto de una funeraria

Creí que mi muerte sería más cara,

pero el precio me parece sensato.

Por 20 mil pesos el traslado en vehículo,

servicios funerarios,

unas cuantas horas para que me recen,

la burocracia,

las velas,

un poco de galletas,

opción a café o té

y después el fuego.

Es un precio justo para volverme ceniza.

Terminar en el fuego, así como viví:

en llamas.

Consumida bajo el ardor que me ocasiona respirar,

la fricción con todos los cuerpos,

con todo lo que me rodea.

Fuego.

A veces se me olvida que sólo soy fuego.

De una herida se desliza la lava que contengo,

que me mantiene viva,

y al escurrir por mi piel,

prende en llamas.


La capacidad que tengo de ser valiente es limitada.

Recuerdo cuando llegué a creer que era

un recurso 100% renovable.

Esta capacidad quedó herida,

rota

y con fugas después de la décima vez que me

avergonzaron por hacer

lo que me nacía del seso.

 

La vergüenza pudo más

que todos los triunfos por ser valiente.

Así que ahora,

cada vez que me dicen

“Pregúntale y ya”

“Pues dilo en voz alta”

“Sencillamente hazlo”,

no puedo evitar pensar en esos años,

en los que nunca pedía consejo

y simplemente lo hacía.

Me he quedado vulnerable desde entonces,

porque al año sólo puedo ser valiente dos

o tres veces.

Debo elegir muy bien,

ahora sí,

mis batallas.

Cuáles

de verdad

quiero ganar.


Creo que voy a lograrlo.

Sí podré dejar de traer su rostro a mi mente.

Creo que voy a lograrlo,

sí la voy a salvar.

He despertado últimamente sin la bruma,

sin tanto peso encima.

Estoy cansada, sí,

porque el año siempre me exige demasiado.

Parece que mis planes son totalmente realizables.

Son sencillos,

ya no tiro tan alto:

jamás calculé

que a cierta altura

una ya no puede respirar.

Estos días no siento que me duela nada.

Parece que nada me fue arrancado.

 

Me es muy complicado escribir con fe.

No me sale eso de aceptar con sabiduría una

pérdida.

No me sale eso de creer que las cosas irán bien.

Pero hoy lo creo.

Alguna vez escribí

“lo sé porque soy consecuencia de aquello,

pero lo he olvidado todo”...

Hoy he olvidado todo,

pero sé que tengo un espacio donde hasta hace

unos años había alguien.

Un par de cosas,

tal vez tres,

ya no.

Y hoy mi cerebro

no se revela ante lo inminente.

Tal vez no sea paz,

tal vez sólo hoy estoy cansada de pelear contra la

idea,

tal vez mi mente no quiere recorrer cada puerta

en búsqueda de un rostro.

Tal vez mañana de nuevo tome mi espada,

tenga fuerza de levantar el escudo.

Tal vez mañana de nuevo esté en duelo contra

esta vida

que parece que no se cansa de arrancarme gente

e ilusiones.

Tal vez mañana sea el animal sangrante, dolorido

y desconfiado de siempre.

Austria Colín

Austria Colín Cortés (Ciudad de México, 1993) creció rodeada de la poesía a través de los libros de su casa y la voz de su madre. Comenzó a elegir a sus poetas favoritos desde los quince, entre los que están Jaime Sabines, Marguerite Yourcenar, Efraín Huerta y Warsan Shire.  Su deseo de comprender las motivaciones humanas la llevó a estudiar psicología, una curiosidad que sigue sin saciarse. Es autora del blog Siete Veces Más, en el que comparte reflexiones sobre libros, ejercicios de escritura y diarios de sueño. No quiero ser salvada (2024) es su primer poemario

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