Decir sur (ensayo)

Ilustración de Pepe Retana

Llevo el sur

Como un destino del corazón

–Tango argentino

 

 

Dicen, los que saben de astrología, que quienes nacimos cerca de la canícula, entre julio y agosto, tenemos una peculiaridad para tener alta estima propia. Que somos extrovertidos por naturaleza y no perdemos ninguna oportunidad de hablar de nosotros mismos. Por eso, quizá siempre que me presento no tardo mucho en mencionar mi origen. “Soy del sur” y las cascadas y frondosas selvas se alzan en la mirada de mi interlocutor. “De la frontera” completo, y entonces se cae la ilusión de lo que Miguel Ángel Asturias llamó el sexo de la tierra. Entonces las imágenes que aparecen son de desastres naturales y los cientos de personas que día a día cruzan el río Suchiate para continuar su travesía hacia Estados Unidos. De sus cuerpos abrasados por la crueldad del sol tropical y sus testimonios angustiosos en televisión. Alguien despistado a veces me pregunta si los zapatistas nos han alcanzado. “No”, contesto, “pero el crimen sí”. Nadie en realidad sabe qué tan sur está el sur. Entiendo su confusión; por decir cualquier cosa, Colombia está más cerca que Tijuana.

*

Yo soy del sur. Pero del triángulo norte de la región que el poeta Balam Rodrigo ha llamado Centroaméxico. México es el norte de Latinoamérica y el sur del río Bravo. ¿Dónde es, pues, arriba y abajo? Todo depende de quién pregunte.

El Soconusco, el extremo sur del país fue la última de sus provincias en conquistarse. Un territorio rebelde que por dos décadas del siglo xix vivió indómito entre la República Mexicana y Guatemala. Una zona eternamente disputada por dos naciones. ¿No acaso el sur solo pertenece a quienes alcanzamos a sobrevivir sus climas imbatibles, su nostalgia en el aire, su lejanía única que cargamos en el pecho?

*

Una gran variedad de aves migratorias empieza su viaje desde los países más al norte de América en cuanto inicia el otoño. De otra manera, no sobrevivirían a las nevadas, el congelamiento de lagos y la falta de comida. El viaje, aún incierto, crea una línea temporal en la que pueden sobrevivir, dar a luz a otra generación y regresar en la primavera. Quedarse asegura la muerte. Desde la casa de la host family migrante que me recibió en Ottawa, podía verse a las parvadas en los primeros días de octubre emprender vuelos sobre los atardeceres violetas.

Todas las navidades, cuando inicio el viaje de fin año a mi casa familiar, le digo a mis amigos: “Yo soy un pato”. En el sur está la vida, la posibilidad de nacer de nuevo. La tierra es tan fecunda que si avientas piedras, brotará un árbol de piedras.

*

Pienso en el sur como concepto: en lo que está debajo de la rosa de los vientos. Poniendo la brújula sobre el cuerpo, hacia abajo están los genitales y los pies, el sexo y el baile. La tentación. Arriba del ombligo se encuentran la cabeza que calcula y razona, y los brazos para el trabajo; todo lo útil. Abajo viven los topos, los animales rastreros, las alimañas. Arriba las águilas y las grandes fieras. El cielo está en lo alto. El infierno en el lugar contrario. El sur siempre está abajo: no hay quien pueda escapar de él.

*

Hay otros nombres para el sur: austro, meridión; adjetivos de las crónicas coloniales, de los mapas antiguos. Pienso en el continente inexistente de Terra Australis, una extensión de tierra que desde Aristóteles hasta Ptolomeo, los antiguos imaginaron en el final del mundo. Solo cuando los viajeros de la era moderna se aventuraron en el Mar Océano, encontraron que ese sur solo estaba en su imaginación. Hay que ir a buscar el sur para descubrirlo, para no inventarlo. Para escuchar las voces, los voseos y las chicharras de la tarde.

*

Ahora, decir Sur es otra forma de decir pobre (o empobrecido), desfavorecido, menos desarrollado: un sustituto del anticuado Tercer Mundo. El Sur global es una forma de reconocer a todos quienes nos sabemos ajenos, diferentes, extraños. Es una forma de señalar las dinámicas de poder que por siglos dibujaron un mundo en el que solo unos cuantos salían ganando. Decir sur es decir ‘otro’ pero no ‘igual’. Aquí, nuestro norte es el Sur.

*

Los hombres de arriba tienen un dicho: “Mientras el norte trabaja, el centro administra y el sur descansa”. Se ven a sí mismos en el espejo de la altanería, dominando el desierto a su necesidad y medida, mientras que los afortunados de Dios duermen en hamacas a la sombra de una ceiba. Yo soy del sur, donde familias enteras siembran el campo y dejan su cuerpo en cada fruta que cosechan debajo de los ardientes cuarenta grados y las corrientes de humedad. Yo soy del sur, donde ningún salario conoce la dignidad. Yo soy del sur, donde uno entrega la vida por apenas la idea de una oportunidad. Y del sur que se ha ido al norte a trabajar para que los hombres de arriba descansen.

*

Yo no tengo un norte, siempre voy hacia el sur. De dónde venimos todos los que llegamos de abajo.

*

Te quiero sur

Sur, te quiero

– El mismo tango argentino

Giselle González Camacho

Giselle González Camacho (Tapachula, 1997) escribe, edita e investiga sobre las formas en que la literatura abre espacios para pensar en común. En 2023 obtuvo el Premio Joaquín García Icazbalceta de la Academia Mexicana de la Lengua. En 2022 fue becaria del PECDA-Chiapas para escribir crónica. Fue seleccionada para las residencias Under The Volcano (Tepoztlán, 2025) y Material de los sueños (Islas Marías, 2021), así como para el programa Ellipsis para escritores y editores emergentes (Querétaro, 2018).

https://gisellegonzalezcamacho.com/
Anterior
Anterior

¿Dónde está Mariela Vanessa? (adelanto)

Siguiente
Siguiente

No quiero ser salvada (selección)