¿Dónde está Mariela Vanessa? (adelanto)

Ilustración de Pepe Retana

Habla Gabriela

Mariela, de las tres, siempre fue la más sabia y sabelotodo. Era muy ñoña y le gustaba mucho la escuela. Ella estudió en la Prepa 2 y yo en CCH. Jackie, en Prepa 5. Mariela era la dupla entre inteligencia y sentimientos. Era muy inteligente pero también muy sensible. No sé, demasiado tierna… Algo que se me hacía raro y decía “¿cómo puede ser posible?” es que le gustara el metal. No sé muy bien por qué, como yo no soy muy afín a ese género ni conozco mucho de eso. Y también le gustaba el K-Pop y el Pop en general. Esos eran los tres géneros que más escuchaba.

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Cuando busqué a Gaby, lo hice en calidad de representante estudiantil. Quiero pensar que esa no fue la única razón, de hecho, recuerdo el momento en que me di cuenta de que los apellidos de la persona que estaba moviendo por redes el boletín de desaparición coincidían con los de Mariela. Supe inmediatamente que eran hermanas y el tema cobró una dimensión emocional. La busqué para saber en qué podía ayudar, pero, y esto me da vergüenza, no sé si lo hubiera hecho de no haber sido parte del Comité. Supongo que no puedo especular con eso, las cosas se dieron así. Lo hice porque sentía que era una responsabilidad institucional, no porque sintiera que fuera mi lugar hacerlo como ser humano. Y quizás eso, en general, es el problema de la sociedad mexicana, aunque ni siquiera las instituciones se responsabilicen. La no cooperación. O tal vez me doy demasiado crédito y también me había mareado de poder al pensar que podía cambiar el estado de las cosas. Que mi solidaridad estaba vinculada a una sensación de omnipotencia.

Le escribí por Messenger, le dije que no conocía a Mariela porque yo era de octavo semestre, pero que estaba consternada. En retrospectiva, no sé si fue lo mejor usar esa palabra, “consternada”, con la hermana de una desaparecida de días. Me suena poco sensible. Supongo que en el momento quería hacerle ver que me importaba, que, si bien mi acercamiento era “institucional” por así decirlo, lo que me movía era otra cosa. Le pregunté si desde el Colegio podíamos hacer algo, además de difundir, y si habían recurrido ya a alguna instancia legal. Gaby me agradeció, y me comentó que las instancias legales se negaban a iniciar una investigación porque no había pruebas de que la investigación hubiera sido por un delito. Escribo esto y se me engarrotan las manos, me cuesta trabajo teclear, vuelvo a leer el mensaje de Gaby y siento que alguien exprimiera la boca de mi estómago como una jerga.

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Ese día, por la mañana, llegué un poco antes al jardín Rosario Castellanos, un espacio emblemático en el que se realizan la mayoría de las asambleas de la Facultad y que también resulta un punto estratégico porque está rodeado de tres muros con oficinas administrativas. En algunas asambleas por los 43, se decía que el personal de la UNAM grababa los acuerdos y las participaciones con el fin de identificar activistas.

Hay dos formas de recordar: como si se viera una memoria como un testigo más y uno se observara desde afuera, o volviendo a vivir desde el cuerpo, mirando el mismo campo de visión. Desde afuera, observo a una persona parecida a mí, más joven, sin tener idea de cómo llamar a los asistentes, abrumándose al no poder resolver todas las dudas. Desde mi corporalidad, recuerdo tener un megáfono en la mano que Dian me había dado y no saber cómo prenderlo.

Llegaron personas conocidas. Amigos y compañeros de la carrera. Las personas que casualmente estaban en el jardín Rosario Castellanos se acercaban a ver qué estaba pasando. Recuerdo que varias personas comenzamos a brindar información, recuerdo su cara de sorpresa por no tener idea de nada y una mueca parecida al desengaño. A saberse implicados en un hecho que no está bien, que de alguna manera daña a una comunidad. Se sentían, quizás, pienso ahora, engañados y desengañados al mismo tiempo. Estamos balanceándonos adentro de una burbuja y el estado aparente, frágil, en el que se encuentra el curso de una vida tranquila de universitario, se rompe.

Gaby preguntó quién era Julia. Esto no lo recuerdo yo, me lo recordó ella. A pesar de ubicar nuestros rostros por Facebook, una no puede poner completamente una cara sin observar una complexión. No ubico el momento exacto en que nos presentamos, pero no puedo olvidar mis primeras impresiones de ella: una persona pacífica, ecuánime. Herminia y ella eran tímidas y, como yo, parecían desorientadas. A Gaby la notaba nerviosa, intentando comprenderse dentro de esa situación, quizás parecía todo un mal sueño. Otra posibilidad es que yo estuviera proyectando mis nervios hacia ella, como si encontrara en ella inmediatamente un apoyo en el no saber qué procede.

Pronto eso cambiaría. Las familias de víctimas aprenden qué se debe hacer a pasos agigantados. Se transforman en activistas, expertos, comienzan a manejar un vocabulario especializado, procedimientos, formas de operar, de medir fuerzas. Se convierte en una suerte de oficio. Un segundo trabajo. De tiempo completo.

Lanzamos consignas: viva se la llevaron, viva la queremos. Gaby habló. Me sorprendió que no fuera Herminia, pero a Herminia nunca le gustó hablar en público. Su fuerza residía en otro lugar. Me da la impresión de que a Gaby tampoco lo disfrutaba, pero resultó ser una magnífica oradora, porque sus palabras estaban cargadas de un dolor que hacía conectar a quien la escuchara. Mencionó que el director de la Facultad no los había recibido.

La verdadera valentía nace en realidad de tener que hacer algo que normalmente no harías, pero haces por tus seres queridos.

Ese día, fue la primera vez que conocí a personas que, sin saberlo, se volverían parte de mi vida: Gaby; Herminia; Lulú, la madre de Carlos Sinhué, estudiante asesinado por posible ejecución extrajudicial; Juana, hermana de Verónica Guadalupe Benítez Vega, estudiante desaparecida y presuntamente asesinada por su esposo; Cande, Moni, Aaron, integrantes del colectivo Nos Hacen Falta. Personas que me enseñarían a mí sobre justicia, cuidado y compromiso.

Después juntar firmas y de hablar con los asistentes, subimos rumbo a la dirección. Fuimos a presionar todos para que el director y la secretaria firmaran la carta en la cual se exigía la apertura de una carpeta de investigación, brindar apoyo a las familias y un pronunciamiento por parte de la universidad. Los que cupimos, entramos a la dirección, Herminia y Gaby lidereaban al grupo de gente y Moni decidió acompañarlas para que Linares firmara la carta. Él la firmó.

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Habla Gabriela

Justo ese fin de semana, ese viernes de hecho, yo había salido de prácticas de campo de mi escuela. Me había ido un fin de semana, no me acuerdo ni a dónde… Creo que fue a Guanajuato o por ahí. Me había ido desde muy temprano, quizá a las seis y media o seis. Lo último que recuerdo es que me despedí de ella. La desperté, todavía estaba dormida, y le dije: “Nos vemos el domingo”.

 

Julia Bravo Varela

Julia Bravo (Torreón, 1996). Sus ensayos y crónicas han sido publicados en las revistas Casapaís, Primera Página, Este País y Punto en Línea. Fue compiladora y editora del libro Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística de Yásnaya Elena A. Gil (Almadía/Bookmate). Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo literario (2022-2024). Actualmente estudia una especialización en Literatura Mexicana del Siglo XX en la UAM Azcapotzalco.

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